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terriblemente vulgar, y era incapaz de decir nada sin proferir espantosos juramentos. Añadió
que si me sorprendía guiñándole el ojo a su mujer, me retorcería el pescuezo y que a ella la
golpearía hasta dejarla lisiada ¿Qué podía hacer yo? Yo tenía miedo, porque él era el más
fuerte.
»La misma noche del -día que descubrí el campamento del Chófer, Vesta y yo
tuvimos una larga conversación acerca de muchísimas cosas queridas del viejo mundo
desaparecido. Hablamos de libros y de poesía. El Chófer nos escuchaba, haciendo muecas y
soltando risitas. Le aburría e irritaba oír hablar de cosas que ignoraba y era incapaz de
comprender.
»Acabó por interrumpirnos, y dijo:
-Te presento, profesor Smith, a Vesta Van Warden, que fue en otro tiempo la mujer de
Van Warden el magnate. Aquella belleza arrogante y regia es ahora mi squaw. Delante tuyo,
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Librodot La peste escarlata Jack London
va a quitarme los mocasines. ¡Mujer! ¡Aprisa! Enseña al señor Smith lo bien que te he
amaestrado.
»Vi que a la desdichada le rechinaban los dientes, y que un rubor de rabia le subía al
rostro.
»El Chófer se arremangó y alzó su puño nudoso, disponiéndose a golpear. Tuve
miedo y me puse en pie, para alejarme y no presenciar aquello. Pero el verdugo se echó a reír
y me amenazó también a mí de una paliza en toda la regla si no me quedaba para admirar el
espectáculo.
»Obligado por la fuerza, me quedé pues junto a la hoguera del campamento junto al
lago Temescal, y vi a Vesta Van Warden arrodillarse delante de aquella bestia humana,
gesticulante y peluda, y quitarle al gorila, uno tras otro, los dos mocasines.
»No, no, hijitos, vosotros no podéis comprender esto, porque estáis envueltos por el
salvajismo y no habéis conocido nada del pasado...
»El Chófer parecía comérsela con los ojos mientras ella se afanaba en aquella tarea
inmunda.
»-Esta mujer ---dijo el Chófer- está domada a látigo y brida, profesor Smith. A veces
es un poco tozuda. Sí, un poco tozuda. Pero un buen puñetazo o una bofetada bien aplicada
en la mejilla la ponen en seguida tan sumisa y dulce como un corderito.
»Cierto día, el Chófer me habló de este modo:
»-Aquí hay que rehacerlo todo, profesor. Nos toca a nosotros multiplicar y repoblar la
tierra. Tú' no tienes mujer, y yo no tengo ninguna intención de prestarte la mía. Esto no es el
paraíso terrenal. Pero soy un buen tipo. ¡Escúchame, profesor Smith!
»Me mostró con el dedo su último retoño, que tenía apenas un año.
»-Es chica -prosiguió-. Te la doy por mujer. Sólo que tendrás que esperar a que haya
crecido un poco. Buena idea, ¿no te parece? Aquí todos somos iguales, y, si hubiera una
jerarquía, sería yo el sapo más fuerte de toda la charca. Pero yo no soy un tipo intratable, ¡oh,
no! Así pues, profesor Smith, te hago el honor el grandísimo honor, de darte por prometida a
mi hija, hija de Vesta Van Warden... De todos modos, es una lástima, ¿no te parece? que Van
Warden no esté aquí, en un rincón, para presenciarlo.
»Permanecí, angustiadísimo, durante cosa de un mes en el campamento del Chófer.
Me quedé allí hasta el día en que, cansado sin duda de verme, y cansado de la mala influencia
que a su juicio yo ejercía sobre Vesta, consideró oportuno prescindir de mí.
»Con este objeto, me contó, como el que no quiere la cosa, que, el año anterior,
mientras vagaba por las colinas de Contra Costa, había percibido humo de una hoguera.
»Tuve un sobresalto. ¡Aquello significaba que, por aquella parte, existían otras
criaturas humanas! ¡Y, durante un mes entero, me había ocultado aquella noticia preciosa,
invalorable!
»Me puse en camino en seguida, con mis dos perros y mis dos caballos, a través de las
colinas de Contra Costa, dirigiéndome hacia los estrechos de Carquinez.
»Desde la cima de las colinas no vi ningún humo. Pero en cambio, en su base, en
Puerto Cota, descubrí un barquito de acero amarrado a la orilla. Embarqué en él con mis
animales. Un trozo de tela que encontré casualmente me sirvió de vela, y una brisa del sur me
empujó hasta las ruinas de Vallejo.
»Allí, en los alrededores de la ciudad, encontré los rastros indudables de un
campamento recientemente abandonado. Numerosas conchas de venera me explicaron por
qué aquellos que las habían dejado tras ellos habían llegado hasta los estrechos.
»Se trataba, como supe posteriormente, de la tribu de los Santa Rosa, y seguí sus
huellas por el antiguo - sendero que seguía la línea del ferrocarril, a través de las marismas
que se extienden hasta el valle de Sonoma. - »Descubrí el campamento de los Santa Rosa en
la vieja fábrica de ladrillos de Glen Ellen. Eran en total dieciocho personas. Dos eran viejos:
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un tal Jones, ex banquero, y un tal Harrison, usurero retirado, que había tomado por mujer a [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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terriblemente vulgar, y era incapaz de decir nada sin proferir espantosos juramentos. Añadió
que si me sorprendía guiñándole el ojo a su mujer, me retorcería el pescuezo y que a ella la
golpearía hasta dejarla lisiada ¿Qué podía hacer yo? Yo tenía miedo, porque él era el más
fuerte.
»La misma noche del -día que descubrí el campamento del Chófer, Vesta y yo
tuvimos una larga conversación acerca de muchísimas cosas queridas del viejo mundo
desaparecido. Hablamos de libros y de poesía. El Chófer nos escuchaba, haciendo muecas y
soltando risitas. Le aburría e irritaba oír hablar de cosas que ignoraba y era incapaz de
comprender.
»Acabó por interrumpirnos, y dijo:
-Te presento, profesor Smith, a Vesta Van Warden, que fue en otro tiempo la mujer de
Van Warden el magnate. Aquella belleza arrogante y regia es ahora mi squaw. Delante tuyo,
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va a quitarme los mocasines. ¡Mujer! ¡Aprisa! Enseña al señor Smith lo bien que te he
amaestrado.
»Vi que a la desdichada le rechinaban los dientes, y que un rubor de rabia le subía al
rostro.
»El Chófer se arremangó y alzó su puño nudoso, disponiéndose a golpear. Tuve
miedo y me puse en pie, para alejarme y no presenciar aquello. Pero el verdugo se echó a reír
y me amenazó también a mí de una paliza en toda la regla si no me quedaba para admirar el
espectáculo.
»Obligado por la fuerza, me quedé pues junto a la hoguera del campamento junto al
lago Temescal, y vi a Vesta Van Warden arrodillarse delante de aquella bestia humana,
gesticulante y peluda, y quitarle al gorila, uno tras otro, los dos mocasines.
»No, no, hijitos, vosotros no podéis comprender esto, porque estáis envueltos por el
salvajismo y no habéis conocido nada del pasado...
»El Chófer parecía comérsela con los ojos mientras ella se afanaba en aquella tarea
inmunda.
»-Esta mujer ---dijo el Chófer- está domada a látigo y brida, profesor Smith. A veces
es un poco tozuda. Sí, un poco tozuda. Pero un buen puñetazo o una bofetada bien aplicada
en la mejilla la ponen en seguida tan sumisa y dulce como un corderito.
»Cierto día, el Chófer me habló de este modo:
»-Aquí hay que rehacerlo todo, profesor. Nos toca a nosotros multiplicar y repoblar la
tierra. Tú' no tienes mujer, y yo no tengo ninguna intención de prestarte la mía. Esto no es el
paraíso terrenal. Pero soy un buen tipo. ¡Escúchame, profesor Smith!
»Me mostró con el dedo su último retoño, que tenía apenas un año.
»-Es chica -prosiguió-. Te la doy por mujer. Sólo que tendrás que esperar a que haya
crecido un poco. Buena idea, ¿no te parece? Aquí todos somos iguales, y, si hubiera una
jerarquía, sería yo el sapo más fuerte de toda la charca. Pero yo no soy un tipo intratable, ¡oh,
no! Así pues, profesor Smith, te hago el honor el grandísimo honor, de darte por prometida a
mi hija, hija de Vesta Van Warden... De todos modos, es una lástima, ¿no te parece? que Van
Warden no esté aquí, en un rincón, para presenciarlo.
»Permanecí, angustiadísimo, durante cosa de un mes en el campamento del Chófer.
Me quedé allí hasta el día en que, cansado sin duda de verme, y cansado de la mala influencia
que a su juicio yo ejercía sobre Vesta, consideró oportuno prescindir de mí.
»Con este objeto, me contó, como el que no quiere la cosa, que, el año anterior,
mientras vagaba por las colinas de Contra Costa, había percibido humo de una hoguera.
»Tuve un sobresalto. ¡Aquello significaba que, por aquella parte, existían otras
criaturas humanas! ¡Y, durante un mes entero, me había ocultado aquella noticia preciosa,
invalorable!
»Me puse en camino en seguida, con mis dos perros y mis dos caballos, a través de las
colinas de Contra Costa, dirigiéndome hacia los estrechos de Carquinez.
»Desde la cima de las colinas no vi ningún humo. Pero en cambio, en su base, en
Puerto Cota, descubrí un barquito de acero amarrado a la orilla. Embarqué en él con mis
animales. Un trozo de tela que encontré casualmente me sirvió de vela, y una brisa del sur me
empujó hasta las ruinas de Vallejo.
»Allí, en los alrededores de la ciudad, encontré los rastros indudables de un
campamento recientemente abandonado. Numerosas conchas de venera me explicaron por
qué aquellos que las habían dejado tras ellos habían llegado hasta los estrechos.
»Se trataba, como supe posteriormente, de la tribu de los Santa Rosa, y seguí sus
huellas por el antiguo - sendero que seguía la línea del ferrocarril, a través de las marismas
que se extienden hasta el valle de Sonoma. - »Descubrí el campamento de los Santa Rosa en
la vieja fábrica de ladrillos de Glen Ellen. Eran en total dieciocho personas. Dos eran viejos:
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un tal Jones, ex banquero, y un tal Harrison, usurero retirado, que había tomado por mujer a [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]